Wednesday, July 15, 2009

Tuesday, July 25, 2006

Ojitos de pena

Ojitos de pena,
carita de luna,
lloraba la niña,
sin causa ninguna.
"No llores sin pena,
carita de luna".
Estos hermosos y sencillos versos fueron escritos por el Premio Nacional de Literatura 1956, Maximiliano Jara Troncoso, nacido en Yerbas Buenas, provincia de Linares, el 21 de agosto de 1886. Max Jara publicó sus primeras obras a la edad de trece años en el diario El Deber de Talca. Ya joven, ingresó a estudiar medicina, carrera que no terminó, trabajando, posteriormente, en el Ministerio de Obras Públicas y como redactor en los diarios El Mercurio e Ilustrado.
El poema que hoy recordamos nos cuenta la historia de una mujer en cuatro momentos de su vida, siempre marcada por la tristeza. Al principio, cuando niña, llooraba "sin causa ninguna" pero cuando ya es joven, lo hace por amor, tal vez por ese amor que dejó escapar:
Ojitos de pena,
carita de luna,
la niña lloraba
amor sin fortuna.
"¡Qué llanto de niña
sin causa ninguna!"
pensaba la madre,
como ante la cuna.
"¡Qué sabe de pena,
Carita de luna!
Y así, en medio de ese llanto sempiterno prosigue la vida de esa joven que lloraba por un "amor sin fortuna". Después se convierte en madre...y sigue llorando:
Ojitos de pena,
Carita de luna,
ya es madre la niña
que amó sin fortuna:
y al hijo consuela
meciendo la cuna:
"No llores mi niño
sin causa ninguna,
no ve que me apena,
Carita de luna".
Los años siguen pasando y el dolor no abandona a aquella niña que ya es abuela, sus nietos le preguntan por qué llora y creen que lo hace "sin causa ninguna" desconocen la inmensa pena que la ha acompañado toda la vida:
Ojitos de pena,
Carita de luna,
abuela es la niña
que lloró en la cuna.
Meciéndose, llora
la muerte importuna.
"Por qué llora, abuela,
sin causa ninguna".
Es que, muchas veces, preocupados de nuestras propias penas, ensimismados en nuestro propio dolor, no vemos que al lado nuestro hay seres que sufren, que muchas veces lloran en silencio y que si, tan sólo, nos detuviéramos a mirar sus ojitos de pena comprenderíamos mejor sus inmensos sacrificios y dramas.
El propio Max Jara, a su modo, al modo de los poetas, nos dice que:
"llorando las propias,
¿quién vio las ajenas?
Mas todas son penas,
Carita de luna."
Es que los poetas, mejor que nadie, conocen los profundos rincones del alma, poseen aquel secreto tan sencillo y que la humanidad perdió entre modas, consumismo, poder y dinero; hay que dejar hablar al corazón, porque el corazón no se equivoca, presiente. La razón, en cambio, de tanto tomar precauciones, deja ir la vida entre llanto y pena. No se puede calcular todo, porque existe lo inesperado, lo imponderable. Aquello que el corazón presiente...
¡Y pensar que existen espíritus miopes que pregonan amar con la razón y no con el corazón! En "Ojitos de Pena", Max Jara nos revela el llanto eterno de una mujer que "amó sin fortuna", tal vez, porque no supo luchar por su amor.
prof. Benedicto González Vargas.

Sunday, June 04, 2006

Para que no me olvides (Semblanza de Óscar Castro Zúñiga)

"Yo me pondré a vivir en cada rosa
y en cada lirio que tus ojos miren
y en todo trino cantaré tu nombre
para que no me olvides.
Si contemplas llorando las estrellas
y se te llena el alma de imposibles,
es que mi soledad viene a besarte,
para que no me olvides.
(...)
Y si una tarde en un altar lejano,
de otra mano cogida, te bendicen
cuando te pongan el anillo de oro,
mi alma será una lágrima invisible
en los ojos de Cristo moribundo.
¡Para que no me olvides!"

Así escribía, por la década de los cuarenta, ese magnífico y tempranamente malogrado poeta Óscar Castro Zúñiga (1910-1947). Sin embargo, sus versos imperecederos siguen recorriendo el mundo conmoviendo a los corazones enamorados.
Muchos son los motivos líricos que encontramos en la poesía de Óscar Castro y todos conforman poemas que son pequeñas obras maestras cuyo encanto nos seduce porque son una fuente inagotable de belleza y emoción. Es que el amor, como sentimiento superior en los seres humanos, nos colma y nos redime, nos da ánimo, fuerza, y esperanza y, a la vez, nos deprime y pretende llegar a aniquilarnos con algún fracaso. ¿Qué ocurre cuando perdemos el amor verdadero? ¿No tenemos acaso la secreta esperanza de volver a encontrarlo?


"Bajó la hoz de la luna
Para segar sueños viejos.
Me voy con las manos claras
de acariciar tu silencio.
(...)
Las calles que yo camine
Serán sin luces ni espejos,
tendré todas las esquinas
para mentirme tu encuentro.
(...)
Perdí la hoz de la luna,
se la llevó el día nuevo,
mi corazón se desangra
Por la llama de un lucero."


¿Y qué decir de ese amor pleno, verdadero y limpio, pero que, sin embargo, no tiene nada que ofrecer, salvo amor? Al menos nada de aquello que la sociedad sanciona como necesario:


"Y me miré las manos. Estas manos
que no siegan el trigo madurado en febrero.
Y comprendí que todo era imposible,
que soy un forastero.
Ellos quieren hogar para que vivas
y tierras que aseguren tu sustento
¡Y yo planté mis huertos en la luna,
y yo sembré mis trigos en el cielo!
(...)
Yo te digo, al marcharme, que no tengo
ni la tierra que cubro con mi cuerpo.
pero esta noche me hallaré en las manos
El aroma de tierra de tus pechos."


La hermosa poesía de Óscar Castro ha sobrevivido largamente a su autor, los músicos han descubierto sus riquezas armónicas y rítmicas convirtiéndolas en canciones de éxito. ¿Quién fue la musa inspiradora del poeta? ¿A quién escribió sus versos? Tal vez a muchas...


"Todas las hembras que una noche, en un lecho
cualquiera, en cualquier parte, no importa de qué modo
abrieron sus entrañas a mi sed y a mi angustia."


Pero sólo hay una mujer entrañable, su esposa, la compañera que quiso hasta el final de sus días:


"A nuestra boda vendrán
cometas de larga cola.
Y en los jardines dormidos
Darán un baile las hojas.
(...)
Eres mi esposa y te quiero
Como si fueras mi novia."


Es fácil comprender la emoción del vate, todos tenemos —o anhelamos tener— en nuestras vidas una persona especial a la que a veces le digamos, con los versos del poeta:


"Cuando tú digas luna, yo diré corazón.
Juguemos a la ronda del amor.
Cuando digas: "acógeme", lloraré de emoción.
Juguemos a la ronda del perdón."


Todo poeta fue, no lo olvidemos, alguien que "amó las estrellas" que "besó los trigos" y que es experto en amor. No se puede vivir la poesía si no hay amor. Un día determinado de febrero vemos a muchas parejas celebrando "su día", pero Óscar Castro y los poetas de siempre nos enseñan que el amor hay que celebrarlo todos los días y esto lo digo simplemente Para que no me olvides...



Monday, May 29, 2006

Del Pacífico a Los Andes (Semblanza de Mariano Latorre Court)


Del Pacífico a Los Andes, ese fue el ancho de las inquietudes literarias de quien fuera llamado padre y jefe del criollismo chileno: Mariano Latorre, Premio Nacional de Literatura en 1944. Nacido en Cobquecura, Itata, el 4 de enero de 1886, fue su padre "un vasco bueno para arruinarese", según comenta Jorge Marchant, y su madre una dama de ascendencia francesa. Durante sus primeros años de vida, que pasó mayoritariamente en Valparaíso, poco, muy poco, supo de sus propios compatriotas y de su pueblo, su mundo social estaba constituido por vascos y franceses y de la gente de Chile tenía escasa información. Nada hacía adivinar a este "criollo de pura cepa", como el mismo se definió años más tarde.
Aunque estudió leyes por imposición paterna, en cuanto pudo ingresó a la carrera de pedagogía, titulándose de profesor y dedicándose por entero a la cátedra y a la literatura. Su primer libro, Cuentos del Maule (1912), nos trae imágenes de su juventud, el otrora hermoso balneario de la Séptima Región.
De las riberas del Maule, de sus faluchos y pescadores, daría un salto hasta las cumbres cordilleranas en su segunda obra, Cuna de Cóndores (1918), que nos habla de los heroicos personajes de la cordillera chilena, en el que se incluye el memorable cuento "La epopeya de Moñi". Luego vendrían "Zurzulita" (1920), una de sus obras maestras; "Ully" (1923), ambientada en la Región de Los Lagos y que trata sobre la relación entre un pintor santiaguino y la hija de unos colonos alemanes; "Chilenos en el mar" (1929), Vientos de Mallines (1944), La isla de los pájaros (1955). En fin, muchas obras, muchos personajes, todos extraídos de los distintos rincones de esta tierra nuestra. Su proyecto era dar cuenta de todos los tipos humanos de su patria, casi lo logró, en su obra sólo faltan los paisajes del norte, su gente y sus costumbres, que lamentablemente no alcanzó a abordar. En una de sus últimas obras, "Chile, país de rincones" (1947), reconoce que no logró su deseo de captar toda la fisonomía nacional, en el prólogo dice:

"Se ha visto la imposibilidad de captar la vida chilena, múltiple y dispar, en una sola novela" y agrega: "...mi interpretación del hombre de Chile y de su drama, no es sino la novela de una tierra que aprendí a querer por experiencia propia, con apasionamientos y recelos, que es como se ama de veras".

En otro plano, este notable escritor nacional tuvo la ocasión de servir a su patria, que tanto amó, como agregado cultural en España. Asimismo dictó conferencias en numerosos países, en prestigiosas academias y universidades.
Mariano Latorre Court, hijo dilecto de Chile, falleció en Santiago el 10 de noviembre de 1955. La plaza de armas de Huerta de Maule recuerda en una inscripción tallada en piedra al inolvidable creador de Zurzulita. La piedra labrada que le rinde homenaje fue extraída de las aguas del río Maule en una iniciativa conjunta de los escritores del Grupo Literario Ancoa, de Linares, y los municipios de Villa Alegre y San Javier.


© Profesor Benedicto González Vargas

Una voz íntima y melodiosa (Semblanza de Juan Guzmán Cruchaga)


"Alma no me digas nada,
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.
Una lámpara encendida
esperó toda la vida
tu llegada.
Hoy la hallarás extinguida.
Los fríos de la otoñada
penetraron por la herida
de la ventana entornada.
Mi lámpara estremecida
dio una inmensa llamarada.
Hoy la hallarás extinguida.
Alma no me digas nada
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.

Estos emotivos versos que están, sin duda, entre los más hermosos de la poesía nacional, fueron escritos por nuestro Premio Nacional de Literatura 1962, don Juan Guzmán Cruchaga.
Nació nuestro autor en Santiago, el 27 de marzo de 1895, en el seno de una respetable familia de la aristocracia agraria. Cursó todos sus estudios en el Colegio San Ignacio y luego en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, aunque no llegó a graduarse. Antes, cuando sólo tenía quince años, publicó su primer libro de versos y colaboró, además, con las revistas "Azul" y "Musa Joven", que fundara el poeta Vicente Huidobro. Asimismo, escribía en las revistas "Zg Zag" y "Pacífico Magazine" y los diarios "La Nación", "Ilustrado", "La Mañana" y "La Nación" de Buenos Aires.
Su obra, humana y tierna, más allá de modas y tendencias, creó un mundo poético personal, íntimo, donde su verso siempre elegante, luce esa musicalidad propia de lo que se escribe con el corazón.
Guzmán Cruchaga vivió lejos de los bullicios y las polémicas, su tarea fue escribir libros imperecederos que a través del tiempo han sabido conservar su encanto, con su rima leve, plena de emoción y desprovista de retórica.
Entre sus obras fundamentales cabe destacar: Junto al brasero (1914); La mirada inmóvil (1919); La sombra (1919); Chopin (1919); La princesa que no tenía corazón (1920); Lejana (1921); La fiesta del corazón (1922); Agua del cielo (1925); Aventura (1940); Canción y otros poemas —su obra más lograda— (1942); Altasombra (1958) y Sed (1977), entre otras.
Otra de las actividades en las que ocupó su tiempo con especial dedicación fue la diplomacia, sirviendo cargos consulares en Tampico (México); Río Gallegos, Bahía Blanca y Salta (Argentina); Hong Kong (ex colonia inglesa en China); Oruro (Bolivia); Hull y Liverpool (Reino Unido) y ante las naciones de América Central (Nicaragua, Guatemala, Honduras y El Salvador). Fue también agregado en las embajadas de Chile en Argentina y El Salvador.
Juan Guzmán Cruchaga, este gran poeta chileno, falleció en Viña del Mar el 21 de julio de 1978 a la edad de 84 años.
© Profesor Benedicto González Vargas

La voz de las sencillas cosas memorables (Semblanza de Diego Dublé Urrutia)

El 8 de julio de 1877 nació en la hermosa y sureña ciudad de Angol quien fuera Premio Nacional de Literatura en 1958: don Diego Dublé Urrutia.
Su labor poética que, aunque escasa en numerosa, es desbordante en calidad ha sido aplaudida por la crítica de todos los tiempos. Alone —el gran y omnipotente juez de nuestras letras— encontraba que algunos poemas de Dublé eran perfectos, sentenciosos y alados. Y en época más reciente, el profesor Miguel Ángel Díaz ha dicho de él que "Diego Dublé Urrutia canta lo que conoce, lo que es suceptible de producir emociones al sólo contacto con la palabra. La vida hogareña, el campo, los hechos múltiples y populares, tienen en Dublé Urrutia su intérprete mejor elegido. De ahí, entonces, que todas sus obras reflejen ese aroma distante de las cosas que siempre se recuerdan..."
En efecto, sus mejores poemas siempre van tras la huella de viejos recuerdos indelebles, como los hermosos alejandrinos de "En el fondo del lago":

"Soñé que era un niño que estaba en la cocina
escuchando los cuentos de la vieja Paulina.
Nada ha cambiado; el candil en el muro,
El brasero en el suelo y en un rincón obscuro
El gato dormitando. La noche estaba fría
y el tiempo tan revuelto que la casa crujía...
se escuchaba, a lo lejos, ese rumor de pena
que sollozan las olas al morir en la arena,
y a intervalos más largos esos largos aullidos
con que piden auxilio los vapores perdidos...
Nosotros, los chiquillos, oíamos el cuento
sentados junto al fuego y como entrara el viento
por unos vidrios rotos, su frente medio cana,
la vieja se cubría con su charlón de lana..."

Podría dividirse su obra en dos grandes momentos. El primero, conformado por sus dos primeros libros, obras de juventud que escribió antes de asumir funciones diplomáticas en casi una veintena de países y la segunda parte, cincuenta años después, cuando su pluma alcanza el vuelo que lo llevó a las alturas del Premio Nacional.
Entre sus obras más notables figuran Veinte años (1898); Del mar a la montaña (1903); Profesión de fe (ensayo, 1928); Fontana Cándida (1953) y sus libros póstumos Tragedia Rústica; Lemuria; Selva oscura y Poemas en prosa, entre otros.
Otro hermoso poema costumbrista, traducido a vario idiomas es el notable "La procesión de San Pedro y bendición del mar":

¡Junio! Mes de las aguas, mes de las brisas
mes que hacen los pavos su testamento
y en que las rubias ostras —monjas clarisas—
rompen la celda de su convento.
(...)

Hoy es tu última día, lo dice el tono
de las campanas ebrias y el grito humano
con que sale a la pesca con su patrono
todo lo que hay de lobos en Talcahuano.
(...)
Hierve la mar de barcas. Las velas curvas
juegan al sol llevadas a la bolina
y mientras llega el santo pifian las turbas
a un bergantín que cruza la Quiriquina".

Tienen también sus versos tiempo de recordar los viejos días en su pueblo, con calles coloniales y añosos acacios, carretas de indios tiradas por bueyes en las tardes de Arauco "cargadas de recuerdos y tristezas".
Si sus dos libros primeros son buenos, será en Fontana Cándida donde se revelará toda la potencia y belleza de la palabra de Dublé, recordamos del perfecto soneto "Fontana Cándida", los dos tercetos finales:

"...Para mí, nada pido
dadme una rama de árbol, una roca,
y la tendré por nido.
Mi nombre pronunciado
con ánimo gentil por vuestra boca
me hará creerme amado."

Diego Dublé Urrutia otro gran poeta olvidado, murió en Santiago de Chile en noviembre de 1967, pero perduran su obra exquisita y cotidiana a la vez.

© Profesor Benedicto González Vargas

Sunday, May 28, 2006

Duro como las rocas (Semblanza de Pablo de Rokha)


"Nací en Licantén, maravilloso de entonces y de hoy, a orillas del Mataquito, el 22 de marzo de 1894, y nací a caballo; se me inscribió en el Registro Civil con fecha 20 de octubre de 1894; soy hijo de José Ignacio Díaz y de Laura Loyola de Díaz, dos enamorados antes de casarse y después de haberse casado, a la manera romántica de antaño.
Empecé a leer con mi padre en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, en el Romancero Español y en el Mío Cid que la leyenda familiar, equivocada de seguro, nos asignaba como a uno de nuestros antepasados, y cuyos grandiosos textos me deletreaban el hombre fuerte, dulce y paternal que fue mi padre".
Así se presenta nuestro Premio Nacional de Literatura 1965, Pablo de Rokha, en un autorretrato escrito para un matutino de la capital hace ya casi 40 años.
Contradictorio, polémico, blasfemo, anárquico, dramático, volcánico, con estos adjetivos se lo sigue calificando aún hoy. Sostuvo una guerrilla sin tregua contra cualquiera que desafiara sus convicciones. Enemigo declarado de Neruda, ni el ser compañeros de partido los acercó, protagonizando ambos en las páginas de la prensa capitalina una de las más encarnizadas y sabrosas polémicas que se tenga memoria. Huidobro también supo de sus iras y Anguita y Volodia y los jurados del Premio Nacional —antes de que lo premiaran a él, claro está— y la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), a la que opuso su Sindicato de Escritores de Chile, que fundó y presidió.
De Rokha escribía poemas plenos de fuego y pasión, desconcertantes, grandilocuentes:

"Yo soy como el fracaso total del mundo ¡oh, pueblos!
El canto, frente a frente al mismo Satanás
dialoga con la ciencia tremenda de los muertos
y mi dolor chorrea de sangre la ciudad"

Su gran amor fue Luisa Anabalón Anderson, rebautizada como Winnett de Rokha, póeta como él. Con ella concibió hijos y libros:

"Vinieron los hijos y los libros, saliendo de la misma materia ensangrentada (...) De 9 sobrevivieron 7 hijos, y ella escribió luchando, cantando o llorando (...) Formas del Sueño, Cantoral, Oniromancia y yo, unos más o menos 40".

Todos los hijos de Rokha heredaron la vena artística, aunque nítidamente destacan Lukó, que es una notable pintora y Carlos, quien fuera un promisorio poeta joven, trágica y tempranamente desaparecido.
¿Qué arcano misterioso regía la vida de este gran Pablo? ¿Por qué se ensañó con él un destino tan cruel, trágico e ineludible?
Fue pobre, recorrió a pie, en tren o en carreta casi todo el territorio nacional para vender puerta a puerta sus libros, obras que autoeditaba con esfuerzo y cuyas primeras ediciones, a decir de los entendidos, son casi inexistentes en nuestras bibliotecas. Es más fácil hallarlas en una estación ferroviaria de algún olvidado ramal del sur o entre los viejos libros de algún viejo médico de pueblo. También vendía pinturas , originales y copias de artistas nacionales. Alguna vez vendió frutos del país:
"Ingresé a la cofradía aventurera, tragediosa y dolorosa del vendedor viajero"
Escribió revistas inolvidables: "Dínamo" (Talca, 1926) y la combativa "Multitud" (Santiago, 1939), amén de dirigir y colaborar en otras de gran importancia.
Pese a una vida tan intensa, el dolor lo persiguió siempre y es así como el oscuro presagio de la muerte aparece en su poesía:

"Entre serpientes verdes y verbenas
mi corazón de león domesticado,
tiene un rumor lacustre de colmenas
y un ladrillo de océano quemado
ceñido de fantasmas y cadenas
soy religión podrida y rey tronchado
o un castillo feudal cuyas almenas
alzan su nombre como un pan dorado.
Torres de sangre en campos de batalla,
olor a sol heroico y a metralla,
a espada de nación despavorida,
se escuchan en mi ser lleno de muertos
y heridos de cenizas desiertos
en donde un gran poeta se suicida."

De su bibliografía abundante cabe destacar: Versos de infancia (1916), Los gemidos (1922), Satanás (1927), Suramérica (1927), Jesucristo (1930), Idioma del mundo (1958), Mundo a mundo (1965) y Mis grandes poemas (póstumo, 1969).
Nadie podía doblegar a este roble inmenso, que parecía duro como las rocas, pero murió Winnett y se suicidó su hijo Carlos. El dolor y la soledad lo abismaron:

"Comprendo que moriré bramando
amarillo y horroroso de soledad"
El 10 de septiembre de 1968, con la misma arma que usó su hijo, Carlos Díaz Loyola, al suicidarse, acabó con la vida del poeta Pablo de Rokha, pilar insustituible de la poesía nacional.

© Profesor Benedicto González Vargas

Un maestro del cuento infantil (Semblanza de Hernán del Solar)


Nap y Moisés son dos perros policías —no policiales— y Mac es un microbio, aunque desconocido. Por cierto que también hay reyes, como el rey de los atunes y soldaditos de plomo. Es en este mundo fantástico y maravilloso en el que surge la obra de uno de los maestros de la narrativa infantil chilena: Hernán del Solar, Premio Nacional de Literatura 1968.
Nació en Santiago el 19 de agosto de 1901, en el seno de una familia acomodada y bien constituida. Fue un excelente alumno en el Colegio San Juan Bautista de la Salle, donde llegó a dominar la lengua francesa a tal punto que, años más tarde, pudo convertirse en traductor ocasional de todo tipo de textos en ese idioma.
A los dieciocho años de edad aparece su primer libro: Senderos (1919), luego El hombre gris (1923). En 1937 junto a Salvador Reyes, Enrique Délano, Ángel Cruchaga Santa María y Manuel Hübner Bezanilla, funda la famosa revista "Letras". Colaboró, además, en las revistas "Zig Zag"; "Margarita", "Excelsior" y los diarios "El Debate", La Nación y El Mercurio, en estos dos últimos fue destacado crítico literario. Su enorme amor por los niños lo impulsó a formar y dirigir junto a Francisco Trabal la Editorial Rapa Nui, que alcanzó a editar 47 obras dedicadas exclusivamente al público lector infantil.
Su extensa y variada labor como articulista de diarios y revistas lo llevó a utilizar, al menos, una docena de pseudónimos como Peter Kim, Oliverio Baker, Aldo Bleu y otros. Su aporte en el ámbito del ensayo, aunque menos destacado hoy, fue tan relevante como el que hizo a la literatura infantil. En este género destacan con nitidez Índice de la Poesía Chilena Contemporánea (1937); Poesía Chilena en la primera mitad del siglo XIX (1953); Antología de los hombres y las cosas (1959) y Breve Antología de los Premios Nacionales (1975).
Personalmente, de todos sus personajes, se me han hecho inolvidables Nap y Moisés, émulos aventajados de Sherlock Holmes y Watson; el uno, detective observador y minucioso, capaz de deducirlo todo y de predecir lo que ocurrirá; el otro, ayudante eficiente e ingenuo:

"Eran las cinco de la tarde. La casa estaba tranquila. Nap, el célebre detective de Animalandia,con la pipa entre los dientes, meditaba cómodamente sentado en un sillón junto a una ventana que daba hacia la calle. Moisés, su ayudante, recostado en un diván al fondo del cuarto, leía un libro de aventuras y de vez en cuando lanzaba breves exclamaciones de asombro y de dicha.
De pronto dijo Nap:
—Ahí está el cartero, Moisés.
Y casi enseguida tocó el timbre".

Hernán del Solar, una de las mayores glorias de la literatura chilena en los géneros de narrativa infantil-juvenil y ensayo, falleció en Santiago, a la avanzada edad de 84 años, el 22 de enero de 1985.
© Profesor Benedicto González Vargas

Hijo de la Ballena Blanca (Semblanza de Francisco Coloane)


Pablo Neruda, el gran poeta universal de Chile, bautizó como el "Hijo de la Ballena Blanca" a este enorme chilote de largas y albas barbas y de vozarrón imponente que es Francisco Coloane, Premio Nacional de Literatura 1964. El extraordinario autor de Cabo de Hornos, nació en Quemchi el 19 de julio de 1910; su padre fue don Juan Agustín Coloane, viejo lobo de mar, capitán de barcos pesqueros y su madre, doña Emiliana Cárdenas, campesina diestra en las labores de la tierra, experta en montar a caballo y usar revólver.
Nuestro autor inició sus estudios en la escuelita rural de Huite y luego cursó las humanidades en Ancud y en el Colegio Salesiano San José de Punta Arenas. Ya joven, fue capataz de estancia y marino de la Baquedano. Desde los 19 años escribe en diversos diarios y revistas, tales como "El Magallanes", "Las Últimas Noticias", "Zigzag" y otras.
Alguna vez, a Jorge Teillier —otro grande de nuestras letras— le dijo:

"Soy un simple narrador de acontecimientos que me ha tocado presenciar, sufrir o inventar, o me han contado. Nunca he sabido bien por donde empiezan la invención y la verdad".

Lo cierto es que sus libros sí saben captar la atención desde la primera página y se hace imposible dejarlos, hasta que acaban, quedando nuestra imaginación plagada de barcos, mares, canales, puertos, estancias y una geografía humana portentosa e inolvidable.
Cuenta Lafourcade que en una ocasión, dando una charla a niños de una pequeña escuela rural, sorprendió a todos: ocurrió que el director hizo una densa y difícil introducción y Carlos Ruiz Tagle, su acompañante, les habló del amor a la naturaleza, logrando captar la atención, pero no el entusiasmo de los pequeños auditores, asustados ya por el discurso del director. Hablo luego Coloane —un gigante lleno de pelos y voz de trueno— y dijo:

"—¿Ustedes han visto las culebras por aquí en el cerro?
—¡Síííí! —respondieron todos a coro—
—¿Y han visto conejos?
—¡Síííí!
—Bueno, si ven a una culebra comiéndose a un conejo, ¡tienen que defender al conejo!
—¡Síííí!
—Agarran la culebra de la cola, la bornean como si fuera un lazo y cuando esté bien mareada, toman una piedra y le dan en la cabeza"

Esos niños, de seguro, nunca olvidaron esa parábola de mucha solidaridad y escasa ecología.
Es que Coloane es así, un hombre notable, forjado en el contacto diario y a veces despiadado de la naturaleza, pero con esa sabiduría tan propia de nuestro pueblo.
En el último tiempo varias editoriales europeas, especialmente francesas, han empezado a publicar sus libros y la crítica literaria gala se llenó de elogios para este "gran escritor chileno que, inexplicablemente, no conocíamos", lo comparan con Salgari y otros grandes de la literatura de aventuras. Pero él sigue inmutable, lejos del bullicio de la ciudad, en su amada tierra chilota.
De su extensa bibliografía destacamos: Cabo de Hornos (1941); El último grumete de la Baquedano (1941); Golfo de Penas (1945); La Tierra del Fuego se apaga (1945); Tierra del Fuego (1956); El camino de la ballena (1963); El témpano de Kanasaka (1968); El chilote Otey y otros relatos (1971) y Rastros del Guanaco Blanco (1979), entre otros.
Francisco Coloane Cárdenas, el Hijo de la Ballena Blanca, está próximo a cumplir 92 años y sigue fuerte como un roble o, como dijo Lafourcade, como un "gigante lleno de pelos".
© Profesor Benedicto González Vargas

Saturday, May 27, 2006

El poeta del dolor (Semblanza de Ángel Cruchaga Santa María)

A Ángel Cruchaga Santa María a menudo se lo ha definido, no sin razón, como un poeta místico, religioso y solitario, pues su poesía, en múltiples ocasiones, no solamente arrancó de temas bíblicos, sino que además irradia una espiritualidad rara y conmovedora. Poeta de alma elevada y profunda que quiso alzar su poesía más allá de las cumbres.
Nacido en Santiago el 23 de marzo de 1893, en el seno de una familia de ascendencia vasca, cursó sus estudios en los Padres Franceses, aunque sólo llegó hasta el cuarto año de humanidades. Luego, para mantenerse, se desempeñó en funciones administrativas en empresas estatales y en un banco privado. Al final de sus días, fue director del centro Cultural de Ñuñoa, cargo que desempeñó hasta su muerte.
Publicó sus primeros poemas en las revistas "Musa Joven" y "Azul", donde compartía páginas con su primo Juan Guzmán Cruchaga, con Vicente Huidobro y con Pedro Prado. En 1915 publicó su primer libro Las manos juntas, dedicado a una hermosa joven de su barrio a la que amaba secretamente y que murió a la edad de 15 años. En 1920 publica La selva prometida y en 1922, Job, una de sus obras cumbres:

"Santo del muladar, terrible santo
tu alarido de piedra hacia el Eterno
es una torre trémula de espanto
¡Con su silicio se aromó el infierno! (...)
Oh, milenario surco del tormento
tu voz se alzó como una espina terca
hacia la amarga luz del firmamento
¡Nadie estará de Dios nunca más cerca! (...)
¡Santo del muladar, lepra que canta
hacia los siglos como un bosque eterno!
Fue toda melodía tu garganta
¿Aún la escucha Luzbel en el infierno?"

Al leer estos versos es imposible no conmoverse ante la patética tragedia bíblica, los desgarradores lamentos de Job, hombre justo al que el Creador sometió a todo tipo de dolorosas pruebas, alcanzan en la voz de Cruchaga Santa María una intensidad sólo posible en espíritus tan místicos como el suyo.
En otro de sus libros, La ciudad invisible" (1928), encontramos uno de los poemas más hermosos de este insigne creador, siempre enmarcado en el dolor y la tristeza, pero pleno de belleza y poesía, en "El amor junto al mar", leemos:

"En mi silencio azul lleno de barcos
sólo tu rostro vive.
En el mar de la tarde el día duerme.
Eres más bella cuando estoy más triste
En mi desgracia largamente vivo
Soy en el amor tan declarado
como los continentes sumergidos"

Jorge Luis Borges, el notable escritor argentino de alma enamorada, recitaba estos versos de memoria.
Su palabra fue siempre clara, transparente. Más que hermético, como han dicho algunos críticos, fue íntimo y espiritual, con profundos acentos religiosos:

"Tierra clara y sonora de los bosques profundos,
sombra de Jesucristo desde el cielo tendida,
suaviza tus montañas y tus mares jocundos,
de las estrellas viene Jesús sobre la vida".

No faltó, en todo caso, un momento para volver los ojos a la patria, en 1955 publicó Rostro de Chile:

"En ti he nacido, frente a tu montaña
y me persigue el corazón tu rostro.
Tierra del indio con olor a lluvia,
a hierba, a soledad, olor a sangre.
Tierra con llanto montañés, teñido
con el humo fragante de la ruca."

Tal vez, su inclinación a lo místico y lo religioso no fuera casual, ¿Existe la predestinación en la poesía? Imposible saberlo, pero no hay en Chile un poeta cuyo nombre tuviera más correspondencia con su propia obra, ya que Cruchaga, en lengua vasca, significa 'lugar de la cruz'. Lo de Ángel y Santa María, es evidente.
Este gran poeta olvidado falleció en Santiago el 5 de septiembre de 1964, 16 años después de recibir el Premio Nacional de Literatura.

© Profesor Benedicto González Vargas

Una gran narradora (Semblanza de Marta Brunet)


"En esta semana será entregada a las librerías Montaña Adentro, obra de una escritora muy joven, pero cuyas cualidades podrían despertar con justicia la envidia de un viejo... o de una vieja..." Esta singular reseña apareció en la página literaria de "La Nación" el 6 de diciembre de 1923 y se refería a la próxima aparición del primer libro de esa gran escritora chillaneja que fue Marta Brunet, Premio Nacional de Literatura 1961.
La peculiar redacción de la reseña tuvo la virtud de llamar la atención sobre la novel escritora y luego de la publicación de la obra todos se preguntaban quién era esa joven narradora, incluso hubo algunos críticos que aventuraron que se trataba del libro de un escritor consagrado que había usado pseudónimo.
Marta Brunet nació y creció en un hogar feliz, fue una niña muy cuidada y mimada que tuvo institutriz y profesores particulares. Vivió su niñez y juventud en una amplia casona rodeada de árboles en la que tenía todo lo que le gustaba: juguetes y libros selectos y maravillosos.
¿De dónde sacó la jovencita bien ese conocimiento tan profundo de los personajes populares de la patria? Alguna vez ella misma contestó:
"Mis primeros años de mujer que escribe la vida rural chilena, me valieron el asombro de la crítica y el escandalizado comentario de mi medio provinciano. Que nadie entendía el conocimiento de la muchacha que yo era en decires montañeses, en pasiones primarias y en una cruda realidad puesta en manifiesto sin ambages".
Pero su mundo de tranquilidad se quebró con la enfermedad de su padre y debió endurecerse, cuidar las cosechas, trabajar, pero sin dejar de escribir, escribir siempre y hablarle con sus relatos a los niños y adentrarse en las costumbres de su pueblo.
Fue una escritora de éxito, aceptada de inmediato en los cerrados círculos literarios santiaguinos por su esmerada educación y su indiscutido talento. Participó activamente en la Sociedad de Escritores de Chile, SECH, el PEN Club y la Alianza de Intelectuales de Chile; además, fue redactora del diario "La Nación" y directora de la revista "Familia".
¡Cómo olvidar hoy a esas mujeres inigualables que delineó con su pluma: Tía Lita, Doña Tato, Misiá Marianita, Doña Santitos, Maclivia, Eufrasia, Cata!
Es que, según Alone, la "literatura femenina chilena empieza a existir seriamente en Chile, con iguales derechos que la masculina, en 1923, cuando aparece Montaña Adentro".
No olvidemos que, salvo Gabriela Mistral, que ya había ganado el Nobel, ha sido una de las pocas mujeres que ha ganado el Premio Nacional de Literatura.
Entre la lucha contra la ceguera —que finalmente la venció— y su pasión por escribir y leer, publicó Bestia dañina (1926); Bienvenido (1929); María Rosa, flor de Quillén (1929); Reloj de sol (1930); Humo hacia el sur (1946); Raíz del sueño (1949); María Nadie (1957) y muchas obras para los niños entre las que destacan Cuentos para Marisol (1938) y Aleluyas para los más chiquitos (1960).
Esta notable escritora, que había nacido en Chillán en 1901, dejó de existir en Montevideo en octubre de 1967, mientras desempeñaba el cargo de Cónsul.
Sin embargo, su obra literaria, hermosa y criolla, es imperecedera.

UNA GRAN NARRADORA
"En esta semana será entregada a las librerías Montaña Adentro, obra de una escritora muy joven, pero cuyas cualidades podrían despertar con justicia la envidia de un viejo... o de una vieja..." Esta singular reseña apareció en la página literaria de "La Nación" el 6 de diciembre de 1923 y se refería a la próxima aparición del primer libro de esa gran escritora chillaneja que fue Marta Brunet, Premio Nacional de Literatura 1961.
La peculiar redacción de la reseña tuvo la virtud de llamar la atención sobre la novel escritora y luego de la publicación de la obra todos se preguntaban quién era esa joven narradora, incluso hubo algunos críticos que aventuraron que se trataba del libro de un escritor consagrado que había usado pseudónimo.
Marta Brunet nació y creció en un hogar feliz, fue una niña muy cuidada y mimada que tuvo institutriz y profesores particulares. Vivió su niñez y juventud en una amplia casona rodeada de árboles en la que tenía todo lo que le gustaba: juguetes y libros selectos y maravillosos.
¿De dónde sacó la jovencita bien ese conocimiento tan profundo de los personajes populares de la patria? Alguna vez ella misma contestó:
"Mis primeros años de mujer que escribe la vida rural chilena, me valieron el asombro de la crítica y el escandalizado comentario de mi medio provinciano. Que nadie entendía el conocimiento de la muchacha que yo era en decires montañeses, en pasiones primarias y en una cruda realidad puesta en manifiesto sin ambages".
Pero su mundo de tranquilidad se quebró con la enfermedad de su padre y debió endurecerse, cuidar las cosechas, trabajar, pero sin dejar de escribir, escribir siempre y hablarle con sus relatos a los niños y adentrarse en las costumbres de su pueblo.
Fue una escritora de éxito, aceptada de inmediato en los cerrados círculos literarios santiaguinos por su esmerada educación y su indiscutido talento. Participó activamente en la Sociedad de Escritores de Chile, SECH, el PEN Club y la Alianza de Intelectuales de Chile; además, fue redactora del diario "La Nación" y directora de la revista "Familia".
¡Cómo olvidar hoy a esas mujeres inigualables que delineó con su pluma: Tía Lita, Doña Tato, Misiá Marianita, Doña Santitos, Maclivia, Eufrasia, Cata!
Es que, según Alone, la "literatura femenina chilena empieza a existir seriamente en Chile, con iguales derechos que la masculina, en 1923, cuando aparece Montaña Adentro".
No olvidemos que, salvo Gabriela Mistral, que ya había ganado el Nobel, ha sido una de las pocas mujeres que ha ganado el Premio Nacional de Literatura.
Entre la lucha contra la ceguera —que finalmente la venció— y su pasión por escribir y leer, publicó Bestia dañina (1926); Bienvenido (1929); María Rosa, flor de Quillén (1929); Reloj de sol (1930); Humo hacia el sur (1946); Raíz del sueño (1949); María Nadie (1957) y muchas obras para los niños entre las que destacan Cuentos para Marisol (1938) y Aleluyas para los más chiquitos (1960).
Esta notable escritora, que había nacido en Chillán en 1901, dejó de existir en Montevideo en octubre de 1967, mientras desempeñaba el cargo de Cónsul.
Sin embargo, su obra literaria, hermosa y criolla, es imperecedera.

© prof. Benedicto González Vargas

Yo prefiero el amor (Semblanza de Pablo Neruda)

"Yo prefiero el amor. La política es una obsesión para otros. No es la mía..." Así contestó Pablo Neruda a "L'Express" cuando le preguntaron sobre sus inquietudes más evidentes: la poesía y la política. Y no podía ser de otra manera, porque su obra literaria arranca precisamente de ese profundo amor por todas las cosas, es que el verdadero poeta es capaz de desentrañar los misterios del universo con su sola intuición y por ello, su capacidad de amar lo creado es tan enorme que sólo puede tener cabida en la poesía, que posee profundas raíces pero, a la vez, poderosas alas.
Neruda amó hasta la obsesión la lluvia y los bosques; el mar y las gaviotas y los barcos. Amó también los frutos de la tierra y su gente; la epopeya americana y el placer de los besos. Amó sobre todo a los hombres, a su pueblo, con ardiente paciencia y esperanza. Amó más que nada, al amor:

"Amor que puede ser eterno
y puede ser fugaz.
Amor que quiere libertarse
para volver a amar.
Amor divinizado que se acerca
Amor divinizado que se va . "

Nacido en Parral el 12 de julio de 1904, a los ocho años descubrió "una ansia profunda, de un sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y de tristeza. Era un poema..." Y nunca más se separó de ella, en sus largos viajes por Europa y Asia, por Oceanía y su América entrañable, la poesía siempre lo acompañó. Estuvo con él en consulados y embajadas, en ateneos y universidades, en su patria y en el exilio.
Su obra, variada y fecunda, va desde la pasión de Crepusculario (1923) y Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) y Los versos del Capitán (1952), hasta la brillante sencillez de sus libros de odas, pasando por esos libros poderosos, de alto vuelo épico y telúricos, como Canto General (1950), Las uvas y el viento (1954). Más de cincuenta libros y millares de traducciones a diversas lenguas.
Neruda, a diferencia de otros escritores nuestros, tuvo la suerte de que su patria reconociera temprano sus virtudes y quilates literarios. Su primer galardón lo obtuvo en 1919, fue un tercer lugar en los Juegos Florales del Maule; luego, en 1920, el primer puesto en el concurso literario de la Fiesta de la Primavera de Temuco. En 1944, el Premio Municipal de Poesía de Santiago y en 1945, el Premio Nacional de Literatura (ese mismo año fue electo senador por Tarapacá y Antofagasta). Además de diversas distinciones universitarias en Chile y en el extranjero. No obstante, hubo un premio que su fama universal reclamaba desde la década del 60 y que llegó más de 10 años después, cuando ya no lo esperaba. No fueron años fáciles.
Cada vez que se acercaba la fecha de entrega de los premios Nobel, debía esconderse para evitar a la prensa que deseaba acompañarlo en el momento en que conociera la noticia de su éxito o de una nueva postergación (en una ocasión incluso el propio embajador sueco fue a felicitarlo y a brindar con él por el triunfo, pero el elegido fue otro).
En 1971 estaba en París, al frente de nuestra embajada, cuando recibió la noticia de su Premio Nobel, la Academia Sueca calificó su obra de "poesía, que con el efecto de una fuerza natural, hace revivir el destino y los sueños de un continente".
Pablo Neruda falleció en Santiago el 23 de septiembre de 1973, víctima de un implacable cáncer agravado por el dolor de los sucesos políticos ocurridos en Chile. Sus restos reposan hoy en Isla Negra, en su casa frente al mar, en compañía de Matilde Urrutia, su última mujer.
Hoy, nosotros, recordando su "Canción desesperada", digámosle a él:

"De ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo te lo tragaste como la lejanía,
como el mar, como el tiempo.
Todo en ti fue naufragio."

© prof. Benedicto González Vargas